¡Qué guapa soy! parte con buenas intenciones, pero se atasca en el momento en el deciden centrarse más en Amy Schumer que en el propio mensaje.
Amy Schumer siempre ha sido una gran defensora del cuerpo femenino en todas sus formas y tamaños. Ella misma se pone como ejemplo mostrando su cuerpo sin pudor, y defendiendo sus curvas sin cortarse a la hora de salir en ropa interior en una revista o incluso desnuda para una sesión fotográfica. Así que no es de extrañar que par aun proyecto como ¡Qué guapa soy! ella era la cara ideal para plantar en el cartel.
Renne (Amy Schumer) es una chica divertida, inteligente y una gran amiga, pero también es insegura y se siente a disgusto con su cuerpo.Tras darse un golpe en la cabeza al caerse en de una bicicleta estática, algo dentro de ella cambia, y comienza a verse tan delgada y guapa como ha querido siempre. Sin papadas, con piernas de infarto y el vientre plano, su seguridad empieza a tomar forma. Una seguridad que le ayudará a hablar con los hombres, ascender en el trabajo y ponerse conjuntos que antes solo miraba a través de un cristal; pero que también le harán convertirse en superficial hasta el punto de alejarse de sus mejores amigas. Una transformación que a pesar de solo ocurrir en la cabeza de Renne, trastocará su vida por completo, mostrando que muchas veces la forma en la que nos ven los demás es la forma en las que nos vemos a nosotros mismos.

¡Que guapa soy’ quiere mostrar que somos nosotros los más críticos y duros jueces con nuestros cuerpos, haciendo que esa inseguridad nos impida dar un paso hacia delante. Aunque la sociedad tampoco ayuda, mostrando siempre la perfección como referente, con tallas difíciles de encontrar en tiendas convencionales, o haciendo que veamos como defectos cualquier rasgo físico que no adapta a lo normativo. Demasiado presiones en las que ser perfectas es un objetivo imposible, por lo que frustrarse está la orden del día, incluso si eres la encarnación de una diosa griega en persona como Emily Ratajkowski.
Está claro que Amy Schumer desprende gracia y naturalidad a raudales, pero que las casi dos horas que dura la película sea ella el plato central sin dejar espacio para los segundos o el postre, acaba por convertirse en un monólogo demasiado largo, donde los demás son simples decorados. Ni siquiera Michelle Williams, consigue ser algo más allá de una voz chirriante y una cara aterciopelada, quedando como una caricatura demasiado exagerada para tomárnosla en serio.

Y claro, con este planteamiento, los mejores momentos son en los que Amy pone un foco encima suyo sacando a los demás del escenario, para podamos reirle las gracias sin complejos. Ya sea participando en un concurso de bikinis, ligando torpemente en la tintorería o estampándose una y otra vez contra el mobiliario. Pero esos momentos no son suficientes para levantar toda una película.
¡Qué guapa soy! parte con buenas intenciones, pero se atasca en el momento en el deciden centrarse más en Amy Schumer que en el propio mensaje. Siempre está bien que las películas nos recuerden que querernos a nosotros mismos debería ser la prioridad cada día, pero la película no se levanta solo con un buen fondo, porque aquí sí, las formas importan.