Max Perkins, el prestigioso editor de libros que protagoniza este biopic, dijo una vez, «el mayor temor de un editor es haber empeorado la obra en su intento de llevarla al público». Resulta irónico que, al adaptar su historia al cine, se haya cometido ese mismo error. Y no hayan logrado hacer un trabajo a la altura del que Perkins logró con sus autores.
“El editor de libros” nos cuenta la historia de aquel aclamado editor que descubrió a genios de la literatura tales como Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald. Poniendo el foco en su relación con Thomas Wolf e intentando hacer con ella algo similar a lo que nos encontramos en su día en “El discurso del rey”.

En aquella película, el resultado fue brillante. La relación del rey y su linguista evolucionaba desde el primer momento, de forma divertida y cautivadora. Permitiendo que el peso de la cinta se asentase sobre ella sin problemas. Sin embargo, en este caso, la relación resulta mucho más forzada. Haciendo imposible que conectemos a nivel emocional con la historia.
Cuando los dos personajes aparecen trabajando en el libro, el resultado es bastante aceptable. Surgen escenas realistas y con toques de humor, en las que uno sí se cree lo que está viendo. Pero cuando la relación pasa al plano personal, todo comienza a resultar antinatural e incómodo. Hasta el punto de encontrarnos más emoción en los pocos minutos que muestran la relación de Perkins con Scott Fitzgerald, que en la mayor parte del metraje que se dedica a Wolf.

Buena parte de culpa la tiene Jude Law, con su histérica y sobreactuada interpretación de Thomas Wolf. Haciendo que resulte poco creíble el carisma y la atracción que se le atribuyen a su personaje.
“El editor de libros” podría haber sido una buena película, pero fracasa tratando de crear un vínculo entre sus personajes que no logra transmitirse y forzando al espectador a creerlo. Quedando reducida a una historia que, pese a no resultar aburrida, nos deja totalmente indiferentes.