Es injusto juzgar más duramente una obra por culpa de una de las personas que hay detrás de ella, pero aún más injusto es dejar de juzgar a alguien como se merece por habernos regalado grandes obras.
Pocas personas quedarán ya que no estén al tanto de la última tormenta de Hollywood. A los casos de Weinstein y Spacey se une ahora Louis C.K. Convirtiendo la industria en una auténtica novela de Agatha Christie, en la que todos nos preguntamos quién será la próxima celebridad en caer. Décadas de glamour y mitomanía nos hicieron ver a las estrellas como poco menos que seres divinos. Y ahora, cuando la horrible verdad sale a la luz, nos duele como si fuera alguien de nuestro círculo cercano.
Hollywood se esforzó en vendernos un mundo de color de rosa y nosotros lo compramos con gusto. Colocando a los artistas en una posición de poder como pocas personas tienen en el mundo. Algunos le dan un excelente uso, como Leonardo DiCaprio con su labor ecologista o Emma Watson con su apoyo el feminismo. Desgraciadamente, muchos otros se sirvieron de ello para cometer abusos injustificables, mientras el resto miraba hacia otro lado.
El cine es un arte. Y como tal, no morirá porque desaparezcan algunas de sus caras más visibles. La única manera de que el cine muera es, precisamente, si permitimos que se convierta en un coto de caza, para que los depredadores campen a sus anchas con el silencioso beneplácito de los compañeros y el público.
Por último, como espectadores, debemos empezar a establecer una mayor diferenciación entre la obra, el artista y la persona. Dejar de pensar que, porque alguien sea un buen actor o director, también será un buen padre o marido. Dejar de sufrir por la separación de Brad Pitt y Angelina Jolie como si fueran una pareja de nuestro grupo de amigos. Y por supuesto, dejar de justificar u olvidar las malas acciones de alguien porque nos gusten sus películas.
Porque se puede seguir disfrutando de “American Beauty” o “Seven” como las grandes películas que son, pese a saber que uno de sus intérpretes es un auténtico monstruo. Igual que se puede entender el fin de la carrera de Kevin Spacey, pese a que ello nos suponga perder a un enorme actor.
Al fin y al cabo, sería injusto juzgar más duramente una obra por culpa de una de las personas que hay detrás de ella, pero aún más injusto sería dejar de juzgar a alguien como se merece, por el hecho de habernos regalado grandes obras de arte. Separemos, en medida de lo posible, al artista de la persona. Dejemos crear al primero, y hagamos que el segundo pague por sus errores, como lo haría cualquiera.
