Crónica del 70° Festival de San Sebastián: un festival es el peor lugar para escribir sobre películas


Es raro hablar con tranquilidad y perspectiva de un evento marcado por el estrés y la inmediatez. Porque si la manida frase «un festival es el peor sitio para ver películas» es cierta, de hecho podría añadirse que «un festival es el peor lugar para escribir sobre películas«. No solo por el cansancio, que afecta a cualquier intento intelectual, sino por la falta de detenimiento para pensar en las películas. En cada una en particular y, lo que es más importantes si entendemos un festival como un todo en vez de como una suma de partes, en cómo se relacionan entre sí. En el organismo vivo que surge de programar una serie de películas en un contexto determinado.

Si el 70° Festival de San Sebastián fuese un animal sería uno enfermo, si fuese una planta una un poco pocha. Porque la calidad de las películas fue baja, sí (pese a que los meses anteriores y especialmente los posteriores demostrando que 2022 fue un año de gran nivel en lo cinematográfico), pero lo verdaderamente alarmante fue la total ausencia de unos criterios de programación sólidos o coherentes, tanto en cada sección en particular como en el diálogo que todas ellas deberían entablar, en lugar de entenderlas como compartimentos estancos (y otras veces todo lo contrario: hay películas cuya colocación en otra sección y no en otra parece dejada al azar).

La dirección del certamen donostiarra alegará, no sin razón, las dificultades de confeccionar un programa de altura ante la competencia del circuito internacional de festivales, la mayoría de los cuales multiplica el presupuesto del Zinemaldia. Esto puede explicar lo deslucido de una sección Perlas en la que este año ni siquiera el oropel pudo camuflar la falta de calidad.

Ahora bien, la deslucida concentración de títulos en secciones como la oficial (cine español al margen) o Zabaltegi-Tabakalera parece deberse más a la pérdida de rumbo y la ausencia de perspicacia a la hora de encontrar un cine que tenga algo interesante que decir sobre el mundo, o hacer con las imágenes (y el sonido). Especialmente viendo el excelente nivel que se vio después en Festivales como Sevilla. Comparar Zabaltegi con Revoluciones Permanentes, sección más o menos equivalente del festival andaluz, deja claro que no fue un mal año para un cierto cine de autor menos pegado a la industria. Simplemente en San Sebastián no se apostó por el más audaz.

Sobre la oficial, el Zinemaldia cuenta con la desventaja respecto a otros festivales nacionales de que debe componerse de estrenos internacionales, con la única salvedad de mostrarse en el país de producción o en el Festival de Toronto. Sin embargo, cuando tantos festivales o equipos de programación sacan joyas y tesoros de donde no los hay, es descorazonador que el único título con ciertas hechuras de la oficial (con la salvedad del cine español y una figura tan asentada como Hong Sang-soo), tanto como película en sí como a la hora de vislumbrar una visión futura, sea ‘Runner’ de Marian Mathias.

Contaba José Luis Rebordinos en una entrevista tras la clausura de la edición de 2019 que confeccionar la principal sección del certamen no es nada fácil. Hay que combinar muchos factores y contentar a todo tipo de audiencias: crítica, prensa, público local…

Dejando a un lado que los gustos o intuiciones de cada grupo estén claramente diferenciadas, se olvidaba Rebordinos de otro factor imprescindible a la hora de entender la programación de cualquier festival, seguramente el que más: la industria. Hay productoras o distribuidoras que deben estar representadas sí o sí (es evidente que Perlas es un escaparate promocional de películas que ya tienen distribución, más que una selección de ‘lo mejó de lo mejó’ del circuito internacional). Una cuota silenciada entre las críticas a plantear cupos por género.

No se entiende sino que en ese 2019 una película con la capacidad de apelar a todos esos públicos como ‘Play’, de Anthony Marciano, quedara desplazada a Zabaltegi en lugar de disfrutar de un hueco en la oficial para hacer reír a crítica, prensa, público local… e industria.

Imagen de Walk Up, película de la Sección Oficial del 70º Festival de San Sebastián
Imagen de Walk Up de Hong Sang-soo

Lo mejor del 70° Festival de San Sebastián

Pero volvamos a este pasado 2022. Entre el tedio de una programación que no estuvo a la altura del 70 aniversario, como tampoco lo estuvieron unos homenajes a todas luces insuficientes (en contraste con la extraordinaria labor investigación que el festival ha estado llevando a cabo con Elías Querejeta Zine Eskola o y el centro de creación artística y cultural Tabakalera), resaltaron una serie de películas y apuntes que casi justifican por sí mismas unos días de agotamiento físico, mental y cinéfilo.

  • La inauguración de la mano de Alberto Rodríguez con su ‘Modelo 77’, una película enormemente inteligente y comprometida ideológica, narrativa y discursivamente relegada a fuera de concurso seguramente por esa falsa idea de que es un trhiller acartonado. Y el mejor 3D del cine reciente.

  • La capacidad de Manuela Martelli para reflejar el privilegio o el miedo propios de la dictadura a través de la pura composición visual y el color en ‘1976’.

  • El sonido de ‘Runner’, de una sequedad tan firme como los paisajes de un país tan inmenso del que parece imposible escapar, encuadrado con la mirada primeriza pero precisa de Marian Mathias.

  • Cada «arrete!» de Juliette Binoche en ‘Fuego’, oficiosamente bautizada como ‘Con amor y persistencia’.

  • Cronenberg demostrando de nuevo su insondable imaginación para crear mecanismos y tecnologías a partir de algo tan primario como la carne en ‘Crímenes del futuro’.

  • La constante confusión entre realidad y ficción en ‘Roleless’, con un Teruyuki Kagawa que demuestra como ya hizo en ‘creepy‘ que su rostro es el más indescifrable del actual cine japonés.

  • La polisemia de ‘A Human Position’, donde las posturas son físicas, ideológicas y finalmente cinematográficas.

  • El tiempo detenido, literal y figuradamente, en ‘Unrest’.

  • La contención de ‘La consagración de la primavera’, una película que lo tenía todo para desbarrar (incluido su director) pero que siempre encuentra el punto justo en el que asentarse.

  • El ping-pong piscinero de ‘Fifi’, un milagro tonal que consigue que lo entrañable se sobreponga a los elementos más peliagudos de un pequeño romance con una marcada diferencia de edad. Y el reconocimiento a Jeanne Aslan y Paul Saintillan en Nuevos Directores, porque los grandes debuts no siempre deben tener la intención de cambiar el mundo.

  • Todas las elipsis de ‘Walk Up’.

  • La locución radiofónica de ‘Trenque Lauquen’ (la película más larga del festival, la peor situada en el programa y, finalmente, la mejor) con una historia que se desvía y se retuerce sobre sí misma demostrando que pese a todo el cine no se agota, que está vivísimo.

  • Cada segundo de Noémie Merlant en ‘El inocente’.
Foto del autor
Guillermo Hormigo
Algeciras (Cádiz), 1997. Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual, con un Máster en Teoría y Crítica de la Cultura. Formado en las redacciones de eCartelera e infoLibre, medios donde siguió colaborando con temas culturales y de sociedad. Actualmente contando Madrid y su cultura desde lo local, que es lo más universal, en Somos Madrid y Hoy Se Sale.