‘Isla de perros’ es una nueva genialidad de Wes Anderson, que hace del stop-motion un recurso ilimitado de talento y de los perros los protagonistas más simpáticos de la gran pantalla.
Un estudio reciente ha demostrado que la relación de un perro con su dueño es como la de un una madre y su hijo durante la lactancia. A través de la oxitocina, la hormona del amor, mirándose fijamente a los ojos, consiguen una complicidad única que se alimenta cada vez que vuelven a hacerlo. Estamos hablando de una relación muy especial que solo comprenderán realmente aquellos que hayan tenido un compañero fiel al lado alguna vez en sus vidas.
Por eso no nos extraña que Wes Anderson haya querido convertir su nueva obra en una abierta carta de amor a los amigos de cuatro patas. Su historia nos traslada a un Japón distópico donde una enfermedad trasmitida por los perros hará que todos sean extraditados a una isla contenedor para evitar el contagio en humanos. Pero cuando un niño, alejado de su amigo canino, llega a la isla en su búsqueda, comenzará una aventura para recuperarlo y llevarlo de vuelta a casa.
Lo que consigue Isla de Perros con el Stop-Motion es pura genialidad. Hace de unas pequeñas marionetas, una fuente de recursos ilimitados donde el talento fluye con cada nuevo y sorprendente efecto. Desde los diseños de los perros, las explosiones, las peleas envueltas en algodón; a los escenarios de aventura, que hacen de la basura curiosamente un escenario apocalíptico y magnético.
La película tiene su propio ritmo. Relato pausado al comienzo cuando los perros son los protagonistas y precipitado en su parte final, al ser relevados por los humanos como el centro de atención . Pero no es una casualidad ni un error, sino una forma de dejar clara las prioridades.
Además está acompañado por un humor simple pero efectivo que juega con la narrativa adulta pero a la vez sacando la verdadera naturaleza de sus personajes para conseguir los gags más simpáticos. Aunque los perros se expresen como sacados de las obras de Shakespeare, siguen siendo animales envueltos en pulgas, esperando a que les lances el palo para ir a recogerlo. Y aunque un niño de doce años sea capaz de pilotar una avioneta y saltar en paracaídas, sigue siendo un crío que no desaprovecha la oportunidad de tirarse por un tobogán.
Imaginativa, simpática y una mezcla adulta e infantil donde Wes Anderson se encuentra en su propio terreno. Una película en la que cada detalle cuenta, y sino solo hay que atender al título en ingles ‘Isle of dogs‘, que curiosamente suena como ‘I love dogs’. ¿Casualidad? No, una señal más de que nada pasa al azar en la cabeza de un genio.