Al pensar en la monotonía normalmente se nos vienen a la cabeza multitud de connotaciones negativas. Aburrimiento, tristeza, o incluso infelicidad, son algunos de los términos que nos evoca esta palabra. Este hecho se produce más aún en el cine, donde la rutina suele usarse para remarcar la desdicha o miseria de alguno de los personajes. Es por eso que lograr transmitir sentimientos positivos mediante una historia monótona resulta una tarea tan difícil.
Así nace “Paterson”, con la idea de mostrarnos la belleza que hay dentro de lo cotidiano. Para ello, la película nos introduce en el día a día de un conductor de autobús que, bajo su aspecto apático, esconde a un auténtico amante de la poesía, incapaz de salir de casa sin un cuaderno en el que anotar los versos que se le ocurren durante el día.
Pese a lo ambicioso de su propósito, la cinta cumple plenamente con las expectativas. Jim Jarmusch logra plasmar la belleza de la lírica en cada una de las secuencias. Convirtiendo sus escenas en versos que, poco a poco, van construyendo una poesía audiovisual.
La película se sirve de la rutina como amplificador, para convertir las pequeñas cosas que diferencian cada día en algo hermoso. Ya sea una conversación entre unos niños en el autobús, un rapero haciendo la colada, o un creativo plato de su novia, cada detalle logra romper con la monotonía, y otorgar belleza a la obra.
Sin embargo, el lento ritmo de la historia, aunque totalmente necesario para el propósito de la misma, puede hacer desconectar al público que no esté acostumbrado a este estilo de cine. Lo que la convierte en una cinta destinada a un espectador muy específico.
“Paterson” hará las delicias de algunos, y aburrirá por completo a otros, pero lo que es seguro es que no dejará indiferente a ninguno de sus espectadores. Hermosa, intrigante y, por momentos, hasta perturbadora. Pero, ante todo, una película que nos enseñará a encontrar la felicidad dentro de la monotonía.
