Análisis de ‘Trece Razones’, temporada 2 [Explicación del final con spoilers]

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Una chica se suicida, y decide contar las razones que le llevaron a quitarse la vida mediante trece cintas en las que relatará por el calvario que pasó hasta su fatídico desenlace. Cada uno de los implicados emocionalmente en la decadencia de Hannah escucharán las cintas desencadenando un auténtico torbellino en la comunidad y sobre todo en el instituto. Ésta es la premisa con la que conocimos ‘Trece razones’, una serie que debido al éxito que cosechó su primera temporada, decidieron que la historia no acabara ahí, a pesar de que las cintas ya habían llegado a su final y de que el libro en el que se basa no tenía continuación. Pero hay fenómenos que no pueden dejarse escapar.

En esta segunda temporada, ‘Trece razones’ se centra en la denuncia que los padres de Hannah ponen al instituto, llevándoles a juicio por la inseguridad que se vive en las aulas, incapaces de proteger a sus alumnos a pesar de que algunos, como Hannah, hayan recurrido a él en busca de ayuda. En esta ocasión en vez de ser Hannah la que cuente la historia, son el resto de los implicados los que exponen su versión ante un juez, compartiendo los detalles que se pasaron por alto en la primera temporada y cubriendo vacíos que quedaron en el aire. Un buen recurso para que los guionistas puedan inventarse nuevas tramas, como el romance entre Hannah y Zach, una relación sacada de la manga, que sin embargo ha conseguido conquistar al público. Aunque es natural, entre tanto drama, una historia de amor tierna y refrescante enamora a cualquiera.

análisis de 13 razones (explicaciónd el final con spoilers)
Zach y hannah en la segunda temporada de ‘trece razones’

‘Trece razones’ se ha convertido en una de las series del momento, capaz de exponer problemas tan graves como actuales que en la televisión suelen pasarse por alto, y además consiguiendo que reflexionemos sobre cómo nuestros propios actos pueden influir en la felicidad de los demás. Pero a pesar del discurso tan necesario y del realismo de los personajes, tanto en la primera como en la segunda temporada acaban cometiendo el mismo error, dejar de lado lo sutil en la búsqueda de lo impactante.

En la primera temporada veíamos como una chica como Hannah, alegre, risueña, lista, guapa y divertida, acaba hundiéndose por pequeños gestos que la llevaban a una depresión. Y es que cada pequeño gesto cuenta: un rumor en el instituto que la pintan de ‘zorra’, una foto que acaba en malas manos, unos amigos que acaban pasando de ella o un chico que la acosa con su cámara de fotos. La serie iba contando poco a poco como Hannah acababa destrozada por dentro. Sin amigos en los que confiar, sin un hombro en el que llorar y con miedo a que la cosa fuera a peor. Un discurso perfecto de como sin darnos cuenta, o simplemente por seguir a la masa, acabamos siendo de alguna forma culpables de hacer sentir mal a alguien. Pero entonces llegó el momento con Bryce, una violación cruda que nos heló la sangre. Todos los pequeños detalles que nos habían contado en los anteriores episodios quedaron eclipsados por un suceso atronador. Y acabamos concluyendo que fue la violación el verdadero motivo por el que Hannah se quitó la vida.

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Clay en la segunda temporada de ‘trece razones’

En esta segunda temporada ocurre algo parecido. Ahora el discurso a cambiado, en gran medida porque la violación que vimos en la primera temporada es un suceso tan grave que merece la pena centrarse en el tema. El problema que se expone encima de la mesa es en mayor medida el sexismo, machismo y la violencia de género; y como todo comienza desde que solo somos críos. Y volvemos a encontramos con Bryce, que representa al modelo de adolescente americano: alto, rubio, fuerte, un as en  los deportes y proveniente de una familia más que acomodada. Pero bajo esa fachada de ‘hijo perfecto’ y ‘buen chico’ se esconde un depredador sexual, un auténtico monstruo que piensa que puede tener lo que quiera y cuando quiera, tratando a las mujeres como sus objetos sexuales. Vemos que lo mismo que ha hecho a Hannah, hizo a Jessica, y a otras cuantas chicas que incluyen a su propia novia.

Y aún así,  el miedo a enfrentarse a él es más que palpable. Vemos mensajes de ‘zorra’ a las chicas que tratan de contar su historia, mensajes amenazantes para que cierren la boca o incluso la farmacia de la familia de Hannah destrozada para que dejen el caso. Además de ver como los compañeros de Bryce, hacen piña defendiéndose unos a otros sin escrúpulos. Pero es que esto es exactamente lo que ocurre en la vida real. Y no hace falta irnos a Estados Unidos, o extraer historias de la ficción. Porque eso mismo hemos vivido hace poco con ‘La manada’, un grupo de cinco jóvenes despreciables  que forzaron a una chica en un portal en las fiestas de San Fermín. Y tras el suceso, no solo se han reforzado todos entre sí, sino que los medios han decidido cuestionar el comportamiento de la víctima.

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Bryce en la segunda temporada de ‘trece razones’

Por razones como esta el discurso vuelve a ser un punto extra en ‘Trece razones’ con un momento tan emocionante como el del juicio, cuando Jessica cuenta su versión de los hechos: como estando borracha y casi inconsciente Bryce la violó. Aunque claro, para la justicia española, al no oponer resistencia sería simplemente un abuso. Pero olvidemos nuestro nefasto sistema judicial y centrémonos en la serie. En el momento en el que Jessica comienza a hablar, en verdad está hablando por cada mujer que en alguna situación en su vida ha sentido o sufrido acoso o agresión sexual. Vemos como las voces de cada una de ellas cuentan su historia, no de forma física en el juzgado, pero si como voces interiores que sacan su verdad a relucir, y que sirven para incidir en que el machismo es un tema mucho más serio y preocupante de lo que parece a simple vista. Porque no nos engañemos, ser mujer y sentirse segura, es algo que aún hoy en día, no van de la mano.

Con Jessica, ‘Trece razones’ consigue reflejar a la perfección como antes que al deportista popular, se juzga a la chica por su comportamiento, desprestigiándola y tachándola de ‘zorra’ a pesar de ser la víctima.  Una joven que además está destrozada y no para de recrear la violación en su cabeza una y otra vez. Una vivencia imborrable con la que tendrá que aprender a convivir, a diferencia de Bryce, que tras tres meses de ‘condena’ con cambiarse de instituto sus problemas se solucionan por completo.

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Jessica en el juicio de la segunda temporada de ‘trece razones’

Pero volvamos al motivo por el que la serie acaba fastidiándola en lo que podía haber sido un discurso sutil y necesario sobre la violencia machista. Ese preciso momento es cuando se introduce el ‘grupo de violadores’ formado por los jugadores de baseball, que además actúan en las instalaciones del instituto. Todo lo que hasta ahora nos había hecho identificarnos con lo que vivimos en nuestro día a día, de repente nos aleja con algo demasiado extremo. Que sí, causa sensación, pero es menos reflexivo al ser algo ajeno.

Y cómo no, el final es de nuevo el sensacionalismo puro y duro: un chico intentando entrar con una ametralladora en un baile del instituto. Insistimos, de nuevos estamos ante sucesos que por desgracia ocurren demasiado a menudo, pero son tan impactantes, que acabamos mirando a lo que sucede ‘allí’ y no lo identificamos con el ‘aquí’. Acabamos pensando que son casos aislado y nos olvidamos de las personas a nuestro alrededor que se pueden sentir tan mal que acaben hundiéndose sin que nos demos cuenta, como hizo la propia Hannah en los doce primeros capítulos.

‘Trece razones’ sabe hacer las cosas bien, pero en su miedo por no impactar lo suficiente, acaba por desencadenar en sucesos tan dramáticos que se alejan de la realidad diaria para irse a los extremos. El bullyin y la violencia machista son problemas con los que convivimos diariamente, retazos de una sociedad que premia al más fuerte y que no defiendo al débil. Una sociedad que decide culpar al inocente, para así no cambiar los roles en los que se basan sus reglas. Lo que sí que nos enseña ‘Trece razones’, es la importancia de defender a la víctima y acusar al verdugo, no para crear ‘cazas de brujas’, sino para que finalmente podamos estar protegidos en una sociedad que nos trate a todos por igual.

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La Claqueta Metálica
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